Miguel Adrian Miranda Vega
Coronavirus: vulnerabilidad emocional
La posibilidad de que se vea afectada nuestra salud o la de nuestros seres queridos es una fuente natural de preocupación y ansiedad.
En las circunstancias actuales, serán muy frecuentes, en la mayoría de las personas, emociones como la ansiedad, el miedo, la tristeza, el enfado o la impaciencia.
Estas emociones comparten entre si la función de preservar la vida y movilizarnos para defendernos de lo que nos está amenazando –el Coronavirus en este caso–.
El miedo y la ansiedad nos ayudan a enfocarnos hacia las posibles fuentes de amenaza o daño.
La incertidumbre, sobre cómo evolucionarán las cosas, sobre la información que nos llega, cuánto durarán las medidas, si lo estamos haciendo bien…, nos impulsa a tratar de recuperar la percepción de control, motivando la búsqueda de certezas, imaginando escenarios posibles y evaluando los recursos con los que contamos.
La preocupación, es un proceso cognitivo y emocional que aparece ligado a todo lo anterior. Tiene una función adaptativa y propicia actos mentales como prestar atención a las potenciales consecuencias negativas o anticiparnos y prepararnos para hacer frente a esas posibles situaciones.
La tristeza, es una respuesta normal ante la valoración de pérdidas. Tiene la función de asimilar lo que nos está ocurriendo y nos permite reflexionar sobre cómo afrontar la situación.
La culpa, nos ayuda a tomar conciencia sobre actos y comportamientos que hubieran generado daño o riesgo de daño, tanto para uno mismo como para las demás personas. Nos impulsa a reparar los errores y rectificar, en definitiva, a responsabilizarnos y actuar en consecuencia –mantener medidas de aislamiento y prevención, por ejemplo–.
El enfado, tienen la función de poner límites, defendernos de amenazas de daño y defender nuestros derechos.
Todas estas emociones, aunque displacenteras, cumplen una función primaria adaptativa, sin embargo, cuando la emoción sobrepasa unos niveles en intensidad y frecuencia, cuando no responde a un motivo real y objetivo, o sobredimensiona el peligro, lejos de ayudar a la protección y adaptación, pueden contribuir a incrementar la sensación de indefensión y bloquearnos en la acción.
También, la extraordinaria situación que estamos viviendo, pone en juego nuestra capacidad de comprometernos individual y colectivamente ante una amenaza común, y activa otras emociones muy relevantes y útiles, y más placenteras: la esperanza, la confianza, la solidaridad, la empatía, la unidad o el apoyo.
En situaciones como las que estamos viviendo, cada persona afronta las circunstancias de un modo muy diferente, bien por sus características personales, psicológicas o emocionales, bien por sus creencias o educación, por ejemplo, el modo en el que entienden las relaciones sociales o el compromiso social.
De este modo, muchas personas sustituyen las acciones dirigidas a obtener una gratificación individual inmediata, por otras que benefician a toda la comunidad, haciendo esfuerzos, asumiendo costes y cumpliendo con rigor medidas muy incómodas.
En cambio, otras vulneran las medidas de aislamiento y salen a la calle a divertirse, o no mantienen las distancias o comportamientos de seguridad.
Estas diferencias pueden generar conflictos entre las personas, sentimientos de injusticia, incomprensión, culpa o indefensión.
La gestión emocional es una herramienta esencial en nuestra vida, y lo es más en situaciones extraordinarias como la que estamos viviendo.
La clave es aprender a identificar, comprender y regular nuestras emociones. Y para hacerlo destacaría dos estrategias fundamentales.
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