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katia Paola Del Hoyo

¿Diseñamos las clases pensando en ellos o en nosotros?” El Maestro


Cuando nosotros, los profesores, entramos en un aula no entramos solos por mucho que queramos evitarlo. Entra con nosotros el alumno que un día fuimos con sus experiencias y sus frustraciones; entra también el hombre o mujer que somos y que desea que todo vaya bien, que apela a la rutina y a la seguridad, al control; entra con nosotros, a veces, el yo que querríamos llegar a ser con sus innovaciones espontáneas y su rebelión taimada contra el silencio y los exámenes… Al mismo tiempo entra el académico que te recuerda todos los contenidos que no debes olvidarte de dar bajo ningún concepto; y el pedagogo que te susurra que no son lo más importante, que las competencias del alumno van por encima; entra el hombre cansado y realista que te recuerda que todo lo que hagas dentro del aula vas a tener que corregirlo después, y entra, a veces socavado por todo lo anterior, el profesor feliz, el que disfruta dando la clase y parece olvidarse de todo y todos los demás.

Vivimos en una especie de fuego cruzado que se da tanto en la sociedad como en nosotros mismos. Una contienda subterránea en la que ninguno gana la guerra pero muchos ganan pequeñas batallas de nuestro día a día.

¿Y toda esta introducción a qué viene?

Pues en que todos esos “yoes” toman parte en la decisión, de forma inconsciente, de las estructuras de enseñanza y aprendizaje que vamos a generar en nuestra aula: la estructura de las actividades, la estructura de los objetivos o finalidades y la estructura de la autoridad.

La estructura de la actividad es lo que determina la relación entre el alumnado, entre el alumnado y el profesor, y entre el alumnado y la tarea a través de la forma y esencia de las actividades planteadas. Podemos distinguir tres tipos: la individualista, la competitiva y la cooperativa.

La estructura de actividad individualista es la que, a priori, más sencilla le resulta al profesorado pero, al mismo tiempo, es la que menos le aporta al alumnado si no se combina con otras estructuras. Si se plantea como la norma suele reclamar silencio, generando una situación de aprendizaje en la que el alumno se enfrenta solo al contenido académico —”solo” porque lo hace sin ayuda ni compañía, y especialmente “solo” porque no afronta otros aprendizajes sociales, de interrelación ni de aprendizaje personal—, otorga al profesor el peso de incidir en cualquier duda, incorrección o problema que se encuentre un alumno en el proceso de aprendizaje planteado y reduce significativamente las cotas de excelencia que se pueden alcanzar.

Además, dicha estructura comporta una concepción y vivencia de las finalidades en el alumno en la que no hay interdependencias positivas con sus compañeros. Este hecho aísla el éxito como algo muy personal e individual, generando contravalores importantes y no favoreciendo la comprensión del potencial de aprender y apoyarse en otras personas (sin por ello no ser responsable de los éxitos y fracasos personales).

Cuando yo planteo dicha estructura de actividad suele formar parte de un ciclo en el que el alumnado principalmente trabajará desde la estructura de actividad cooperativa y la parte individual obedece a la necesidad de generar un espacio de trabajo personal previo al grupal en el que todo alumno pueda enfrentarse al contenido a su velocidad, sin imposiciones sociales ni académicas y pudiendo extraer una serie de conclusiones e impresiones que trasladará a su actividad cooperativa.

ACTIVIDAD INDIVIDUAL → ACTIVIDAD COOPERATIVA

(Conclusiones e ideas personales) → (Espacio de trabajo profundo)

La estructura de actividad competitiva es la que, según mi experiencia, suele utilizar el profesor que quiere que sus alumnos afronten “más motivados” la actividad individualista de siempre. Esta estructura, bajo mi punto de vista, solo implica la competitividad individual porque cuando se trata de competitividad grupal o de clase ya entramos dentro de la dinámica cooperativa.

Los riesgos de la competitividad individual en el aula ganan por mucho a los beneficios que puede llegar a ofrecer aunque un profesor pueda salir del aula pensando que todo ha ido muy bien, que han trabajado en silencio y que lo han hecho más rápido que sin la competición planteada. Y es que un sistema competitivo individual en educación implica unas connotaciones muy nocivas:

1.- Si hay competición al final debe haber un ganador, y si hay un ganador hay, por definición, un montón de “no ganadores” que, por mucho que queramos vestir este concepto con valores de compañerismo y de participación, son percibidos como perdedores. Es más, en ningún momento se ha planteado el camino, solo el resultado, por lo que la idea de que “para ganar solo tienen que hacerlo los demás peor que yo” puede sobrevolar el aula (en especial si, como es mi caso, estamos hablando de alumnos de secundaria).

2.- Puede producir lo que técnicamente se conoce como interdependencia negativa de finalidades, viciando las relaciones entre iguales dentro del contexto educativo.

3.- De alguna manera, consciente o inconscientemente, transmitimos la idea de que deben aprender más rápido y mejor que sus compañeros ya que la mayoría de competiciones de aula (“concursos”) se basan en ser el que lo acabe antes o ser el que lo acabe mejor. Pocas veces me he encontrado un aula con una estructura de actividad competitiva que valore en dicha competición el proceso del alumnado.

Por cada alumno beneficiado por esta estructura de actividad encontraremos muchísimos más que o no han mejorado sustancialmente o han visto perjudicado su autoconcepto académico ya sea por compararse a los demás o por no llegar a las expectativas de éxito que ellos mismos se han impuesto o creen que los demás, profesor incluido, tenían de él o ella.

Atención: con esto no estoy diciendo que esté en contra de la competición en el aula; estoy en contra de la competición individual y poco sana. Hay otras maneras de plantear la competición y que pueden ayudar a mejorar el trabajo en equipo y las ganas de superación, ejemplo de lo cual es lo que planteo a continuación.

Yo trabajo en un centro que tiene cuatro líneas e imparto mi asignatura (lengua y literatura castellanas) en las cuatro clases, lo cual me permite generar una estructura competitiva no individual. De esta manera cada clase compite con las otras clases en base a unos criterios tanto de resultados como de procesos y dentro de la clase compiten entre grupos de trabajo por el bien no del grupo si no de la clase. Me explico: cada clase solo puede presentar a competición uno de los trabajos (realizado por uno de los grupos) pero son ellos, como clase, los que deciden qué trabajo quieren enviar a la final. Esto genera una situación interesante en la que el alumnado juzga sus trabajos dentro de un marco competitivo grupal que le ayuda a ser objetivo y justo.

La estructura de actividad cooperativa es la que, sin duda, genera más trabajo al profesorado pero también es la que ofrece mayores oportunidades de aprendizaje en todos los niveles. No hay que olvidar que el trabajo en grupo mal planteado, mal gestionado y mal supervisado es potencialmente mucho peor que el trabajo individual (más sobre cómo gestionar el trabajo en grupo en este Artículo).

En este tipo de estructuras se consigue (o se puede conseguir) una finalidad doble: aprender los conceptos planteados y las habilidades y competencias necesarias para abordarlos en el contexto expuesto, y aprender a trabajar en equipo, en sus múltiples sistemas de organización, siendo este un “contenido” más que deben aprender los alumnos. Esto se produce a través de una interdependencia positiva de finalidades.

Dentro de esta estructura deberíamos separar aquellas que se basan en el trabajo cooperativo (reparto de tareas) de aquellas que se basan en el trabajo colaborativo (todos lo realizan todo), generando cada una de ellas situaciones de aprendizaje interesantes y necesarias para el desarrollo personal y académico del alumnado.

¿Cómo las gestiono en el aula?

No creo que ninguna de ellas sea perfecta por sí misma pero sí que creo que la combinación de las tres en distintas medidas y momentos es el camino para mejorar el aprendizaje del alumnado (y no solo en el sentido puramente académico). En mi caso, tal y como ya he comentado antes, un aprendizaje concreto se vertebra alrededor de una tarea cooperativa-colaborativa principal que requiere, previamente, de una actividad corta e individual (espacio personal para generar ideas, opiniones y enfrentarse c a los conceptos al ritmo de cada uno) y que se enhebra dentro de un contexto competitivo grupal entre grupos primero y entre clases después que forma parte de un sistema gamificado.

Retomando el hilo inicial relacionado con nuestras experiencias pasadas como alumnos a la hora de generar las situaciones de aprendizaje, cabe destacar que muchos de los profesores que me he encontrado que trabajan basándose en la competitividad individual eran, en su día, buenos estudiantes con buenas calificaciones, y muchos de los que se basan en trabajos individuales o no saben cómo cambiarlo o sus situaciones personales les llevan a buscar el mínimo esfuerzo o la máxima sensación de control (a veces por inseguridad). Nuestro alumnado no tiene la culpa de nuestras frustraciones en la escuela de hace años ni de nuestros miedos o aspiraciones. Todo esto, es verdad, nos acompaña, pero podemos hacer un ejercicio de reflexión y mejorar nuestra tarea docente si no volcamos en ellos lo que a nosotros nos iba bien o nos gustaba… no todos los alumnos que tenemos delante son nosotros de niños.

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